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jueves, 29 de octubre de 2015

Un intruso y varios envidiosos


El concurso

Velázquez, El triunfo de Baco, 1629

Madrid, año 1623. Un joven pintor de 24 años, llamado Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, es llamado a la Corte del rey Felipe IV, que en ese entonces tenía 18 años.



Velázquez, Felipe IV, 1623
A Velázquez Sevilla le quedaba chica: había demasiados pintores de nivel, Zurbarán, Alonso Cano, Sebastián de Llanos, Francisco Herrera; demasiados como para abrirse paso como pintor y conseguir encargos. Su suegro, Francisco Pacheco, intentó de todas las maneras conseguir que Diego consiguiera un lugar como pintor en la Corte y fue providencial el hecho de que el Conde Duque de Olivares, de familia andaluza, se convirtiera en la mano derecha del nuevo rey.






Los pintores de la Corte en ese momento eran Eugenio Cajés, Vicente Carducho, Bartolomé González, Santiago Morán y Rodrigo de Villandrado. Éste último muere en 1622 y su cargo queda vacío. Pacheco y el Conde de Olivares se mueven rápidamente. Velázquez es llamado a la Corte y le encargan que pinte el retrato del rey.




Velázquez, Felipe IV a caballo, 1634
El rey era tan joven como Velázquez y nace entre ellos una gran amistad, que sólo se interrumpirá con la muerte del pintor. Por supuesto, era una amistad con las limitaciones que el rango de soberano del Imperio Español imponía entre ellos.

¿Podían los otros artistas contra el talento del recién llegado? ¿Podían ellos complacer los gustos artísticos del nuevo rey? No. No pudieron.






Velázquez se convirtió enseguida en un intruso, un competidor al que no podían vencer. El más afectado, sin duda, fue Vicente Carducho, de quien hablamos ya en otra oportunidad. Era italiano y había llegado a España con su hermano Bartolomé con el encargo de pintar los frescos de El Escorial. Se convirtió en pintor de la Corte con Felipe III y representaba a un tipo de pintura conservadora. En sus Diálogos de la Pintura (1633) ataca a Velázquez sin nombrarlo. Él consideraba que el artista debía mejorar la naturaleza y Diego pintaba enanos y bufones de la Corte tal cual eran. El artista debía tratar temas dignos, que elevaran el espíritu, y Diego pintaba a borrachos.


Carducho, Expulsión de los moriscos,
1627
Para terminar con estas rencillas internas, el rey convoca un concurso de pintura en la Corte. El tema: La expulsión de los moriscos de 1609. Se presentan Velázquez, Carducho, Cajés y Nardi. Adivinen quién ganó el concurso. Por supuesto, Velázquez. No podemos saber si el jurado lo favoreció porque el cuadro ganador se quemó en 1734 en el incendio del Alcázar. Sólo queda un dibujo de Carducho.


Velázquez, La rendición de Breda, 1634


Evidentemente, esto no terminó con el problema, pues en 1633 el rey vuelve a juntarlos en un proyecto común: decorar el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. Se les asignó a todos el mismo espacio; el tema: las victorias de la monarquía española. No había jurado, o sea, todos estarían a la merced del juicio de todo el que los viera. Velázquez pinta 6 cuadros para este salón, entre ellos, La rendición de Breda


Carducho, El socorro de la Plaza de Constanza, 1633

Carducho, pinta tres; Cajés, dos. También estaban presentes J.B. Maíno, J. Leonardo, F. Castelo, A. de Pereda y Zurbarán, con el ciclo de Hércules. (Zurbarán estaba en Sevilla, no era pintor de la Corte: ¿le dio una mano Velázquez?) La rendición de Breda es el único cuadro de género histórico que nos queda del sevillano. Se perdió el de La expulsión de los moriscos, pero con éste sí podemos comparar su maestría con la de sus competidores… Creo que, aunque hayan pasado tantos siglos y haya cambiado tanto el gusto artístico, no cabe duda de quién es el maestro…



Carducho, Asedio y toma de Rheinfelden, 1633


Esto le sirvió a Velázquez para demostrar una vez más que, a pesar de las críticas de los envidiosos y de los conservadores, podía pintar temas dignos, como el género histórico.
¿Y Carducho? No le faltaron encargos. 







Desde que partió de Sevilla, Velázquez había dejado de pintar cuadros religiosos y Carducho estaba ahí para eso. Mientras tanto, Velázquez era el retratista de la Corte y, de paso, se ocupaba de temas indignos: bodegones, borrachos y enanos.

Fuentes: Bennasar, B. Velázquez. Vida. Madrid, Cátedra, 2012;
 Carducho, Diálogos de la pintura.Valladolid, Maxtor, 2011;
Hubala, E. Die Kunst des 17. Jahrhunderts. Berlin, Propyläen  Verlag, 1990

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