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jueves, 27 de abril de 2017

Pintor y torero


Zuloaga, Torerillos de pueblo, 1906
Las corridas de toros son siempre polémicas. Que sí, que no. Que los pobres animales no tienen la culpa de los entretenimientos sádicos de los seres humanos, que su sufrimiento se convierte en un espectáculo o que el toreo es un arte y que los toros de lidia se hubieran extinguido de no ser por las corridas. Las opiniones son de todos los gustos. 

Sin embargo, lo que no se puede negar es la relación de España con este animal. Representa la hidalguía, la bravura, la valentía…, valores con los que se identifica a este país. En el arte, ha sido representado desde tiempos inmemoriales hasta hoy, desde las cuevas de Altamira hasta Picasso...

Pero, ¿pintores toreros? Sí, claro.


Ignacio Zuloaga se hubiese enojado muchísimo con mi título, pues no quería que lo llamaran “torero”. No lo era de manera profesional, claro, pero sí se plantó en la arena de la plaza frente a unos cuantos (y muchos, casi 200) astados.

Zuloaga, Belmonte en plata, 1924



Su afición le venía de niño. La familia estaba en contra. ¡O pintor o torero! El mal menor: pintor. Nadie puede dudar hoy de su talento como pintor: era su vocación. Pero la afición por el toro la tenía bien metida dentro del alma. Belmonte, el gran Belmonte, y gran amigo, se lamentaba en una carta de que hubiera optado por los pinceles.





Zuloaga, El pintor Pablo Uranga, 193




En París se entretenía dando capotazos en la plaza de toros de la Rue Pergolese, que se había construido para la Exposición Universal de 1898 . Allí conoció al que se convertiría en otro de sus grandes amigos, el pintor Uranga, otro vasco, que ganaba algunos francos como mozo de cuadra. Ser pintor en París era sinónimo de miseria, había que arreglárselas como se pudiera.









(Imagen: Diario El Mundo, Museo
Zuloaga, Pedraza)


En sus tiempos sevillanos, con 24 años, decidió inscribirse en la Academia de Tauromaquia de Manuel Carmona, “El Panadero”. Allí había una pequeña plaza, donde se hacían corridas como ejercicios prácticos. Zuloaga toreó allí el 17 de abril de 1897, junto con el diestro Manuel Domínguez. Le pusieron de apodo “El Pintor”. El evento fue promocionado con mucha poesía:
                               “En la escuela matan hoy,
                               según los carteles cantan,
                               el diestro Manuel Domínguez
                               (no el de Coria, por desgracia)
                               y el torero bilbaíno
                               Ignacio de Zuloaga,
                               un chico nuevo en Sevilla
                               que, pintor allá en Vizcaya,
                               cambió pincel y paleta
                               por el estoque y la flámula.
                               Este es un buen precedente,
                               porque la cosa es bien clara:
                               un pintor debe por fuerza,
                               dibujar las estocadas.” (1)

Zuloaga, La fuente de Eibar, 1888



Ese día se enfrentó a 17 y el 18º lo hirió. La crítica lo lapidó: este pintor no pintará nada en la tauromaquia. Y entonces lo dejó. Más tarde comentó que había estado muy mal. Los amigos le decían que no se puede ser torero con ese corpachón de vasco de Eibar.










Se quedó con la sensación de frustración, de lo que podía haber llegado a ser si… Pero no lo dejó del todo. Siguió toreando en cortijos y en corridas benéficas. Sus amigos toreros y ganaderos lo invitaban a tentar novillos, no se lo perdía por nada del mundo. A Utrillo le dijo que cuando la ocasión se presenta me gusta dar un capotazo. ¡Hay fotos suyas capeando con 72 años!

Zuloaga, La víspera de la corrida, 1898

Y a ese mundo del toro retrató en sus pinturas. A Belmonte lo pintó 3 veces. Cuando Zuloaga decidió construir un hospital en Zumaya, éste accedió a torear para juntar fondos. Y Belmonte no fue el único torero al que retrató.

Zuloaga, Torerillos de Turégano, 1912

Recorría las fiestas pueblerinas y los ponía a posar, en un paisaje pintado de memoria. “La víctima de la fiesta” era un caballo que había comprado a unos gitanos; para el jinete usó como modelo a su chofer.

Zuloaga, La víctima de la fiesta, 1910

Zuloaga, Torero, s.f.
Quizás sus cuadros taurinos hoy no nos llamen la atención: demasiado oscuros. Zuloaga se alinea en una tradición muy larga de la pintura española: se inspira en Goya, en el Greco, en Velázquez. Busca plasmar la esencia de lo español, que, tanto para él como para sus amigos intelectuales de la Generación del 98, estaba en lo profundo de las tierras castellanas. Una tierra recia, severa y noble, a la que no le pegan los estallidos de color. Zuloaga, pintor famosísimo, contribuyó, mal o bien, a difundir la imagen de España en el mundo. (Hoy diríamos que aportó valor a la “marca España”.)

Cuando Zuloaga murió, en reconocimiento, su féretro fue llevado por sus amigos toreros.


Fuentes: De Arozamena, J.M. Zuloaga, el pintor, el hombre. San Sebastián,
 Soc. Guipuzcoana de ediciones y publicaciones, 1970
Lafuente Ferrari, E. La vida y el arte de Ignacio Zuloaga. Barcelona, Planeta, 1990
Utrillo, M. y otros, Five essays on the art of Ignacio Zuloaga. Miami, HardPress Publishing, s.d.


(1)  Citado por Arozamena, pág. 96


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